El idioma guaraní es el que se identifica principalmente con la República de Paraguay, donde es la lengua materna del 86% de sus habitantes. También, se habla en Provincias y Estados de Argentina y Brasil, que comparten la cultura guaraní, en la gran región del Rio Paraná. Es la única lengua de origen precolombino que ostenta con orgullo el ser no solo la oficial, sino que también la dominante de un país, el Paraguay. El que se haya conservado ese patrimonio lingüístico, habla muy bien del carácter de su pueblo y también de la influencia benéfica que tuvieron, en los primeros siglos del descubrimiento y la conquista de América, los sacerdotes jesuitas con sus famosas “Misiones” del Paraná.
En mi juventud, yo había tenido una fuerte vocación religiosa y admiración por la obra de los misioneros jesuitas, que habían desarrollado un tipo de organización social muy original, combinando las tradiciones indígenas precolombinas, con lo que algunos han llamado el Comunitarismo de San Francisco de Asís y el Socialismo Utópico de Santo Tomas Moro. Ese modelo chocó fuertemente con la visión de las monarquías borbónicas, que expulsaron a los jesuitas en el Siglo XVIII, y con el liberalismo de las Repúblicas Latinoamericanas en el Siglo XIX, que culminó con la destrucción y pérdida de tierras de los indígenas.
Mis primeros acercamientos con la historia de Paraguay se dio debido a una apasionante novela histórica llamada “Elisa Lynch”, que fue una valiente y muy inteligente mujer irlandesa casada con el Mariscal Francisco Solano López, protagonista de la trágica guerra que concluyó en 1870 con la muerte de casi todos los hombres adultos de aquel país. En esa guerra, que fue muy desigual, ya que el pequeño Paraguay luchó contra los dos países más grandes de Sudamérica, Brasil y Argentina, el idioma guaraní fue utilizado por los soldados paraguayos estratégicamente, ya que los sistemas de espionaje de sus adversarios no lo podían entender. Lo mismo ocurrió en otro conflicto en el siglo siguiente, la Guerra del Chaco, en la que el país agresor, Bolivia, fue derrotado.
En el año 1980, tuve una anécdota muy simpática relacionada con ese idioma. Yo me encontraba en Asunción, la capital de Paraguay, trabajando como Consultor para la Organización de Estados Americanos (OEA) y, al termino de la misión, me propuse visitar las ruinas de la “Misión Jesuítica” de Encarnación, que había sido la más emblemática y monumental de esas misiones en el Paraná. En esos años, los sistemas de carreteras en Sudamérica eran muy precarios, no había grandes carreteras como ahora, ni buses modernos. Solo había buses rurales, que demoraban como 12 horas, y que iban parando de pueblo en pueblo antes de llegar al destino final. Aunque mis amigos insistieron mucho, tratando de convencerme de no hacer el viaje, la fuerza de mi ilusión fue mayor.
Fue así, como me vi a bordo de uno de esos buses, saliendo de Asunción, un día viernes en la noche, previendo llegar a Encarnación aproximadamente a las nueve de la mañana del siguiente día. No recuerdo en cuántos pueblos paró el bus, pero sí que fueron muchos y que en cada parada bajaban y subían bastantes pasajeros. Todos gente típicamente del mundo rural y que solo hablaban en guaraní. El único con el que tuve una pocas palabras en español fue el chofer. A mi siempre me ha costado mucho poder dormir en bus, de modo que la mayor parte del trayecto lo hice despierto meditando sobre todos los temas posibles y observando a mis acompañantes de travesía.
En una de las paradas, se desocupó el asiento vecino al mío y pasó a ocuparlo una señora cargada de paquetes y un canasto, que yo le ayude a acomodar, espontáneamente. Al sentarse, me dijo algo en guaraní, con una linda sonrisa, que yo le respondí también sonriendo. A partir de ese momento, no dejó de hablarme. Con gran entusiasmo y ánimo, la empecé a escuchar. Me parecía muy elocuentemente y me di cuenta que el idioma guaraní es armonioso. Tiene una linda sonoridad, que puede transmitir muy bien las emociones.
Al inicio de su conversación, yo me sentí mal, por no entender nada de lo que me decía, y trate de aprovechar alguna de sus pausas para decirle algo en español, pero antes que pudiera decir algo, ella ya había continuado su relato. Resignado, me limité a seguir escuchándola, con cara de interés para no ofenderla, y sonriendo cada vez que ella reía o sonreía. Así continuo mi viaje hasta el pueblo al que ella se dirigía. Al llegar, se levantó muy alegre, se despidió de mi con mucho afecto y se bajó del bus.
El asombro que me provocó este episodio de mi vida, todavía lo tengo muy presente y, a menudo, pienso en ello. Gracias a esa señora, valoré la importancia que tiene saber escuchar al prójimo, aunque no tengas posibilidad de interactuar correctamente ni de entender. Nunca supe nada más de aquella dama. Al bajarse del bus, la perdí para siempre en la penumbra de las últimas horas de la noche del paisaje rural paraguayo. Siempre me he preguntado que hechos y sentimientos necesitaba compartir aquella simpática mujer con un desconocido como yo, que el destino le puso en su ruta para escucharla.
Al día siguiente, cumplí mi sueño de conocer las monumentales ruinas de la Misión Jesuítica de Encarnación, y en mi memoria quedó también grabada para siempre mi notable experiencia con aquella conversación en el idioma guaraní.
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