En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira.

La Probidad en la Función Pública y el Buen Ejemplo

“Y vinieron los sarracenos,
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos,
cuando son más que los buenos.”

Verso popular español del Siglo VIII

Los sistemas democráticos requieren para su correcto funcionamiento de representantes y funcionarios que cumplan un requisito esencial: La probidad. La honestidad, la rectitud, el respeto a la ley y la transparencia son valores que integran la probidad. La confianza que los ciudadanos depositan en la democracia y sus instituciones, para que se rijan en el marco de estos valores, es fundamental para lograr mayores niveles de desarrollo y prosperidad.

No obstante, como es históricamente natural y propio de los seres humanos, también se da su antivalor, que es el fenómeno de la corrupción. Tanto la probidad como la corrupción conviven simultáneamente y en constante conflicto. En algunos períodos, los honestos triunfan, pero en otros, más aciagos, son los corruptos los que se imponen. En las dictaduras, regímenes autoritarios o “democracias imperfectas”, la falta de probidad alcanza proporciones monstruosas, por la impunidad que gozan quienes detentan el poder.

Las sociedades deben fortalecer los valores asociados a la probidad, a través de los institutos educativos, las familias y una cultura cívica democrática. Se requiere, también, de un marco jurídico que sancione muy severamente los actos de corrupción.

En mi extensa vida laboral, de más de 50 años, me desempeñé en puestos tanto en instituciones de gobierno como de empresas privadas. Puedo decir que he visto de todo. Con mucha satisfacción, puedo afirmar que una gran mayoría de los funcionarios con los que he trabajado, o he tenido relación, han sido honestos. Me ha tocado conocer también corruptos, pero han sido los menos. Parodiando el verso español, he tenido la suerte de ver a Dios ayudando a los buenos en más ocasiones que ayudando a los malos.

Caballeros Combarbalinos en el año 1908. Don Francisco Grebe Geisse, mi bisabuelo, minero del Norte chico, sentado a la derecha. También en la foto, tres de sus yernos: Don Abraham Oyanedel Urrutia, también sentado, Juez de Combarbalá en aquella época, y a la izquierda, de pie, mi abuelo don Lino Hernández Escobar y don Jorge Walker Geisse, también minero de la región.

En mi familia, tuve la gran dicha de recibir notables ejemplos de honestidad y probidad, partiendo por mi propio padre Carlos Lizama Poblete (1906-1960), funcionario público toda su vida laboral en Chile. Fue un educador admirado y apreciado tanto por la calidad de sus enseñanzas como por sus ejemplares virtudes como autoridad responsable de Liceos, Escuelas Industriales y en el Cuerpo de Carabineros de Chile.

En la familia de mi madre, Carmen Hernández Grebe (1911-2011), se contaba una historia de extrema probidad de un tío, don Abraham Oyanedel Urrutia (1854-1954). Siendo de la carrera judicial toda su vida, llegó al cargo más alto de la República. Fue una persona de muy conocida y respetada rectitud, apego estricto a la ley y sobriedad en sus costumbres. Había sido Juez en muchas ciudades de provincia, entre ellas, Combarbalá, la ciudad minera donde la familia de mi madre tenía fuertes raíces. En aquel pequeño pueblito, se enamoró de nuestra tía-abuela, Ema Grebe Castañón, con quien se casó en el año 1908. Los Grebe eran una familia de origen alemán y religión luterana, de tradición muy austera, heredadas de su abuelo que había sido el primer pastor luterano llegado a Chile. La rama de mi madre, los Grebe Castañón, adoptaron el catolicismo, pero mantuvieron sus austeras tradiciones luteranas.

Don Abraham, en su carrera en el Poder Judicial, en el año 1927, llegó por sus méritos a ser Juez de la Corte Suprema de Justicia de Chile y en el año 1932, sus pares lo nombran Presidente de ese alto Tribunal. Entre los años 1925 y 1932, Chile vivió un período políticamente muy agitado, con varios golpes militares y cambios de “gobiernos de facto”. En el año 1932, el Parlamento había sido clausurado y gobernaba un militar, el General del Ejército, Bartolomé Blanche Espejo (1879-1974). Ese mismo año, se produjo un hastío generalizado de ese caos político y el gobierno militar tuvo que renunciar. Como no había presidente de la República, ni Poder Ejecutivo, ni Parlamento funcionando, el único Poder constitucional que continuaba existiendo era la Corte Suprema de Justicia, y, de acuerdo a la Constitución, le correspondía al presidente de la Corte asumir el máximo cargo de la República con el título de vicepresidente de la República.

2 de octubre de 1932. Foto histórica del Presidente de la Corte Suprema de Justicia de Chile, don Abraham Oyanedel Urrutia, asumiendo el mando de la nación con el título de Vicepresidente de la República. Foto cortesía de Gustavo Hernández, colección privada, Combarbalá.

Fue así, como se dio la curiosa y única circunstancia de que un Juez, que nunca había pretendido ser político, ni tenía ambición por el máximo Poder del Estado, debió asumir el mando del país. Le tocó en su mandato recuperar la normalidad democrática y republicana. Lo hizo con notable eficiencia y rapidez, antes del plazo que la propia Constitución establecía, a pesar de lo difícil de la tarea, con la institucionalidad republicana destruida.

Él vivía con su familia en una casa normal de la clase media chilena de la comuna de Providencia, donde prefirió seguir haciéndolo, aunque la tradición de esa época era que los presidentes de la República vivieran en el Palacio de la Moneda.

En la ley que regía la Presidencia, estaba establecido que el presidente, o vicepresidente en ejercicio, tenían también derecho a usar un automóvil con chofer para sus desplazamientos fuera de la capital del país. Él aplicó la ley en su sentido literal y no quiso utilizar el vehículo dentro de la comuna de Santiago. Por eso, se hizo famosa su costumbre diaria de transportarse en ese automóvil presidencial desde su casa hasta la Plaza Italia o Baquedano, ahora bautizada como Plaza de la Dignidad, que era el límite entre las comunas de Santiago y Providencia, y luego continuar caminando las 12 cuadras que le faltaban para llegar hasta el Palacio de la Moneda.

Su “espartana” sencillez, que fue compartida por su familia, le acarreó mucha admiración, pero también algunas burlas y ataques injustos de políticos que, al igual que muchos actuales, no valoraban la importancia de la sobriedad y probidad en la conducta de los servidores públicos.

En estos tiempos, en los que en muchos países se dan situaciones de corrupción extrema, que incluso han tocado al interior del Poder Judicial, es de gran valor educativo recordar y tener en la memoria a hombres como mi tío-abuelo, el Juez Abraham Oyanedel Urrutia. La mejor forma de transmitir los buenos ejemplos es conmemorando a las personas que los han practicado en sus vidas.

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2 comentarios

  1. María Teresa Barros

    Estupenda clase de historia, primo. Y orgullosos de nuestros ancestros! Como
    Falta gente como ellos en estos tiempos donde se hace común todo lo contrario

  2. CARLOS LIZAMA HERNANDEZ

    Hola querida prima
    Me alegra mucho que te haya gustado el articulo. En nuestras familias tuvimos muy buenos ejemplos de nuestros padres y abuelos.

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Editado por Mauricio Lizama Oliger