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Curiosidades del acento

Algunas de las experiencias más curiosas en mi vida se han dado debido al acento o entonación que tengo al hablar. Cualquier persona que me escucha, se da cuenta de inmediato que soy chileno. No obstante, con mis 79 años, resulta que he vivido más de la mitad de ellos en Costa Rica (donde llegué por primera vez hace 47 años). Me parece que soy un caso raro, ya que muchos amigos con experiencias parecidas a la mía asimilaron rápidamente el acento o la forma de hablar el idioma español de sus patrias adoptivas. Incluso, mi propia esposa, Marie Jeanne Oliger Salvatierra (1951-2003), fue un buen ejemplo de ello, ya que, al poco tiempo de llegar a Costa Rica, hablaba como “tica”. Más de una persona le preguntaba extrañado porqué y cómo se había enamorado y casado con un chileno.

Simpática canción de los artistas colombianos “Inténtalo Carito” sobre las diferentes formas de hablar el idioma español.

Una anécdota simpática con respecto a esto, se dio cuando a Marie Jeanne le tocó ir a trabajar como periodista a República Dominicana. Resulta que unos amigos sudamericanos, que no sabían que ella era mi esposa, le preguntaron si conocía a Carlos Lizama, un chileno “muy prepotente” que vivía en Costa Rica. Ella les dijo que no me conocía, lo que dio pie para un sabroso diálogo en que le daban consejos acerca de cómo tratarme en caso de que yo le concediera una entrevista para su medio de comunicación. Pasado un rato, ella no pudo aguantar la risa y les reveló la verdad. Aunque fue un episodio muy gracioso, los amigos quedaron algo abochornados por la “metida de pata” y no cesaron de hacerle atenciones y reiterarle sus excusas cada vez que se encontraban con ella.

Otra historia, se dio con motivo de la fundación de una nueva Universidad en Iquitos, la capital de la Amazonia peruana, donde había sido invitado a dictar una conferencia sobre la experiencia de Costa Rica en el desarrollo del turismo. Lo que yo no sabía, era que la conferencia tenía el carácter de clase magistral inaugural de la Universidad y que asistían no solo el cuerpo académico de profesores y alumnos, sino que también las autoridades políticas, religiosas y militares de la región. Yo participaría como invitado de honor en mi carácter de experto costarricense, y así lo señalaba con claridad y elogios el programa oficial.

En esa época, las relaciones entre Chile y Perú no pasaban por un buen momento, por lo que, a poco de iniciarse la ceremonia, me sobrevino una gran inquietud, de pensar que si la audiencia se daba cuenta que el conferencista principal era chileno, mis anfitriones de la Universidad podrían verse perjudicados. Mi nerviosismo se incrementó al ingresar al lugar un destacamento militar con uniforme de gala y banda instrumental a rendir los honores protocolarios. Por ello, hice un enorme esfuerzo por pronunciar la conferencia con el tono más neutro posible, lo que fue agotador por tratarse de un tema extenso. Al concluir, los aplausos entusiastas me tranquilizaron y me sentí feliz de haber cumplido con éxito mi compromiso.

Más tarde, reflexionando, entendería que mi preocupación fue en vano ya que los habitantes de Iquitos nunca habían escuchado una conferencia de parte de un costarricense y no tenían ninguna referencia para poder distinguir entre un tico y un chileno. También, supe que las autoridades de la Universidad estaban muy bien informadas acerca de mi vida, de mi doble nacionalidad chileno-costarricense y que el motivo principal de la invitación era preponderantemente académica, ya que para ellos el modelo de desarrollo turístico de Costa Rica, basado en el ecoturismo, les resultaba muy inspirador para el futuro de la Amazonia peruana.

Otras experiencias, también, me confirmaron lo poco importante que es el que tengamos formas diferentes de hablar el idioma español, ante el gran valor que tiene compartir ese idioma y entendernos mejor con los pueblos que igualmente lo tienen como lengua materna.

Hace algún tiempo, escuche decir al eminente escritor peruano, Mario Vargas Llosa, que la gran amistad con sus colegas Gabriel García Márquez, de Colombia y con Jorge Luis Borges, de Argentina, le había permitido tomar conciencia de su nacionalidad latinoamericana. No es extraño, tampoco, que “Azul”, una de las obras maestras del poeta nicaragüense Rubén Darío, la escribiera y editara en Valparaíso, donde trabajaba como periodista en su juventud. Lo mismo ocurre con los poetas Gabriela Mistral y Pablo Neruda que, aunque nacidos en Chile, son parte del patrimonio cultural hispanoamericano. Gabriela fue la más prolífica colaboradora literaria del “Repertorio Americano”, que publicaba en Costa Rica el maestro Joaquín García Monge y fue, también, la más fervorosa admiradora y divulgadora internacional de la heroica lucha de Augusto César Sandino en contra de la invasión norteamericana entre los años 1928-32. En agradecimiento, Sandino le otorgó el título militar de “Benemérita del Ejército Defensor de la Soberanía” de Nicaragua. Neruda, por su parte, fue quien descubrió y proyectó las obras del talentoso escritor costarricense Carlos Luis Fallas en los años 40.

Por eso, aunque los acentos nos diferencian y a veces separan, la gran riqueza y flexibilidad del idioma español nos une a cientos de millones de habitantes en el mundo, a pesar de la rigidez y formalismos burocráticos de la Real Academia de la Lengua.

Himno con ritmo de “cachimbo” dedicado a resaltar la unidad cultural de los pueblos latinoamericanos del cantautor chileno Rolando Alarcón (1929-1973), interpretado por músicos de Colombia, Ecuador, Perú y Chile, con motivo de la pandemia el año 2020.

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4 comentarios

  1. Remy LEROUX

    Fascinante, Amigo.
    A mí en Cuba me ha pasado que me preguntaron si no era costarricense. Lo que tomé como un gran piropo.
    Una pregunta: porqué dice usted «español» y no castellano?

  2. Josr Sandoval

    Excelente articulo Don Carlos. Saludos

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Editado por Mauricio Lizama Oliger