En el año 1988, fui invitado por la Universidad del Estado de Guerrero en México, en mi calidad de Director Académico de la Carrera de Turismo de la Universidad Autónoma de Centroamérica, a dictar una conferencia en la Facultad de Turismo de aquella Universidad, ubicada su sede en el bello puerto de Acapulco. Al concluir la visita, el Decano de la Facultad, el Dr. Roger Bergeret, me invitó a regresar a la ciudad de México, por vía terrestre, para conocer también la sede central de la Universidad ubicada en la ciudad de Chilpancingo.

Recorriendo el hermoso edificio donde está la Rectoría, encontré una librería en la que me entretuve un momento, mientras mis anfitriones coordinaban una reunión en la que querían que participara. Empecé a mirar libros al azar y, para mi sorpresa, a los pocos minutos, encontré un título que atrajo mi atención. Era un pequeño y sencillo libro, de portada de color verde, llamado “La Chilena Guerrerense”, cuyo autor era don Moisés Ochoa Campos. Tomé una copia y ya de regreso en mi casa en Costa Rica, lo leí, y descubrí una fascinante investigación, en la que se mezclan la historia de México y la de Chile, en los albores de sus respectivas luchas de independencia de España, además de un estudio de la música folklórica que nos une desde entonces.

El autor, don Moisés Ochoa, que era uno de los más eminentes investigadores sociales e historiadores de México, habiendo sido incluso presidente de la Sección de Historia de la Sociedad Mexicana de Geografía, lamentablemente, ya había fallecido tres años antes, en 1985. El libro tiene un prólogo del musicólogo E. Thomas Stanford, entonces director del Área de Etnomusicóloga de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.

La obra se desarrolla en dos ámbitos: El histórico mediante el cual se identifican las raíces de la cueca chilena y las huellas de su difusión en México y otros países; y el propiamente musical y escénico, donde se identifican los elementos comunes musicales, como su línea melódica, la versificación de sus estrofas, la forma de bailarla y de cantarla.

La llegada de la cueca chilena a Acapulco, desde donde se habría diseminado en el Estado de Guerrero y en otras regiones de México, es situada en el arribo a ese Puerto de una parte de la flota de guerra de Chile en el año 1822. La flota, llamada “Escuadra Libertadora”, por el Director Supremo de Chile, don Bernardo O’Higgins, había salido de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Estaba compuesto por un total de 25 buques y 6014 hombres a bordo, de los cuales 1600 eran tripulantes o marinos y 4404 eran pertenecientes al ejército Libertador del Perú. La finalidad de la Escuadra, además de transportar al ejército, era de liberar al Perú y las demás colonias españolas del Pacífico desde Chile hasta San Francisco de California, y en algún momento se habló de cruzar el Océano y hacer lo mismo en Las Islas Filipinas. Persiguiendo y eliminando a los restos de la flota española y bloqueando sus principales puertos.

Una vez concluida la guerra en el Perú, llego la noticia de que dos fragatas españolas la “Prueba” y la “Venganza” estaban en Acapulco. Fue así como en diciembre de 1821, llegó a Acapulco el primer barco chileno, el bergantín “Araucano”, de navegar muy rápido, y armado de 18 cañones, en misión exploratoria. En ese momento, Acapulco era ya independiente y parte del Imperio mexicano y los barcos españoles habían huido con destino a Panamá o San Francisco de California. Un mes después, el 25 de enero de 1822, llegó el resto de la expedición chilena al mando del Almirante Thomas Cochrane, integrada por seis navíos más, las fragatas “O’Higgins”, “Valdivia” (ex «Esmeralda», arrebatada a los españoles) y “Lautaro”, de 50 cañones cada una, la corbeta “Independencia” de 28 cañones, y los bergantines “Galvarino”, y “Mercedes”.

El Gobernador de Acapulco, Vicente Guerrero, y el Emperador Iturbide, luego de la sorpresa inicial de ver llegar una flotilla de barcos de guerra proveniente de un país tan lejano y poco conocido como lo era Chile, y de verificar las intenciones de estos visitantes, les dieron una cálida acogida, que fue aprovechada por los marinos chilenos para reparar sus barcos, que estaban muy dañados por la larga campaña, que duraba ya casi un año y medio, desde su salida de Valparaíso, en la que incluso habían tenido que soportar fuertes tempestades. Para la marinería integrada por chilenos de origen campesino, más reclutas peruanos y ecuatorianos embarcados durante la travesía, era el primer descanso que tenían.

La relación que se dio entre los marineros chilenos y el pueblo de Acapulco, en ese período, de diciembre de 1821 y febrero de 1822, fue muy estrecha y a un nivel popular, en fiestas y celebraciones constantes. Ello permitió la introducción de la cueca chilena en México. En 1821, Acapulco contaba con solo 5000 habitantes, por lo que el impacto de esta flotilla con aproximadamente 400 hombres adultos, sedientos de descanso, placer y diversión, tiene que haber causado un efecto social muy fuerte. En los años siguientes, este baile siguió transmitiéndose por medio de las tripulaciones de los barcos mercantes chilenos que se dirigían a California, recalando siempre en Acapulco como su principal puerto intermedio, y fue identificado como “La Chilena”, tanto en Guerrero, como en la costa de Oaxaca y otras regiones del país.

La “Chilena de Acapulco” tiene además la influencia del “son”, característico de la música mexicana, cuyo origen se remonta a España, pero en su línea melódica, letras y tradición dancística, es mucho más fuerte su relación con el baile chileno.

El libro comentado, aparentemente está agotado y no ha sido reeditado, ya que en viajes más recientes a México lo he buscado sin éxito en diversas librerías. Creo que sería valioso rescatarlo y publicarlo nuevamente, ya que constituye un hermoso ejemplo de la hermandad de los pueblos latinoamericanos, unidos en este caso no solo por testimonios históricos comunes, sino por lo más característico de nuestras tradiciones culturales, como lo es la música folklórica. Ahora, en estos años en los que tanto México como Chile y otras Repúblicas, están celebrando los 200 años del inicio de la gesta libertadora, sería un bonito gesto reeditar este libro, que hermana también a los dos puertos clásicos del Pacifico, Valparaíso y Acapulco.

(1) Educador – Ex Director Nacional de Turismo de Chile 1970-72.